Antecedentes teóricos
Antecedentes teóricos
La política económica española apostó por el circuito secundario de acumulación y por la financiarización como principales mecanismos de crecimiento desde mediados de los ochenta, en consonancia con un estado avanzado del llamado capitalismo postfordista. Esto consolidó un sistema económico en el que la ciudad y el mercado inmobiliario se convirtieron en los principales medios de generación de beneficios (López y Rodríguez, 2010). Desde finales de los años noventa y hasta la crisis de 2008, la titularización de los préstamos en mercados secundarios (Fernández y Aalbers, 2016) acentuó aún más esta estrategia económica, ocasionándose un elevado aumento de los precios de las viviendas y un alto nivel de endeudamiento privado en un contexto de facilitación del acceso a la propiedad.
El estallido de la gigantesca burbuja inmobiliaria en 2008 desencadenó una poderosa corriente descendente en la economía, que asestó un duro golpe a la riqueza de las familias. La economía urbana y el mercado inmobiliario sufrieron un brusco parón al mismo tiempo que muchas familias tenían serios problemas para pagar sus hipotecas y rentas de alquiler, aumentando las ejecuciones hipotecarias y los juicios verbales por impago de rentas.
Este proceso de desposesión, que alcanzó cifras muy elevadas al menos hasta 2015, se dio en un contexto en el que no se adoptaron medidas específicas de calado para paliarlo y en el que las políticas económicas fueron especialmente restrictivas, orientadas al control del déficit público y al rescate de las entidades financieras que habían acumulado un importante número de activos tóxicos (FROB, SAREB).
La recuperación económica en aquellos años se abordó a través de la internacionalización de la economía, lo que conllevó precarización laboral en pos de una mayor competitividad de las exportaciones y de los servicios turísticos, y el inicio de una política de atracción de fondos y compradores internacionales que permitiera que las entidades financieras pudieran desprenderse de los activos tóxicos que el mercado interior no podía absorber. En este contexto se entiende el incremento de los beneficios fiscales y la disminución de las barreras burocráticas para los inversores exteriores, la posibilidad de obtener visado por la compra de inmuebles o el impulso de las SOCIMIS en el mercado del alquiler (Abellán, 2015).
La situación mejoró desde el punto de vista de la macroeconómico y, en 2018, el producto interior bruto alcanzó un valor similar a que se había registrado antes de la crisis económica iniciada una década antes. En contrapartida, se produjo una devaluación salarial generalizada, un claro proceso de precarización laboral y un incremento de la pobreza urbana.
Esta situación se dio al mismo tiempo que el crecimiento del precio de la vivienda y de las rentas de alquiler se situaban muy por encima del que registraba la renta per cápita, especialmente en las grandes ciudades y en las áreas litorales e insulares. Entre las dinámicas y los procesos que caracterizaron estos últimos años y que explicaron el aumento de la inseguridad residencial destacamos: el desarrollo de la vivienda vacacional comercializada a través de plataformas peer-to-peer (P2P) en el contexto de la supuesta nueva economía colaborativa, los cambios en la estructura de la propiedad con un aumento considerable del stock de vivienda en manos de SOCIMIS, fondos de inversión y grandes inversores internacionales; el escaso desarrollo de políticas de vivienda que facilitasen el acceso a la propiedad o que generasen un stock de vivienda pública en alquiler lo suficientemente grande como para que tuviera una incidencia en el mercado; la reforma del mercado del alquiler en 2013 que permitió que los propietarios pudieran incrementar las rentas recibidas y, por último, el desarrollo de la demanda internacional de vivienda y de colectivos específicos relacionados con nuevas dinámicas de movilidad internacional (nómadas digitales, expatriados).
Como consecuencia de lo mencionado, se han venido desarrollado distintos procesos urbanos desde mediados de la década previa que caracterizan las dinámicas urbanas más recientes. Como ejemplo de ello cabe mencionar: a) la turistificación de los usos residenciales y comerciales en determinadas zonas urbanas, b) la generalización de los lanzamientos por el impago de rentas; c) el incremento de formas habitacionales más precarias como el uso compartido de viviendas por varias unidades familiares o el crecimiento de fórmulas infrahabitacionales; d) la puesta en marcha de procesos de desplazamiento o gentrificación según niveles de cualificación o renta; e) el incremento de la vivienda de uso secundario asociada a un aumento en la presencia de extranjeros de elevado poder adquisitivo; e) el aumento de los procesos de segregación residencial por nacionalidad y renta o f) la pérdida de vida comunitaria y de sentimientos identitarios en muchos barrios de la ciudad.
Todo ello, en definitiva, está implicando un menoscabo del derecho a la vivienda y a la ciudad para una parte cada vez más amplia de la población, un aumento de la vulnerabilidad urbana y una modificación en la lógica territorial del espacio urbano, con estructuras más fragmentadas y cada vez más dependientes de dinámicas internacionales y globalizadas. En estos últimos años de supuesta bonanza se ha intensificado el desarrollo geográfico desigual en los espacios urbanos, con mayor número de áreas precarizadas frente a otras elitizadas y, por tanto, con nuevos conflictos emergentes (Harvey, 2012).
En este panorama de crecimiento económico y de las desigualdades urbanas, el país se ha visto sumido en una situación de pandemia desde marzo de 2020. La situación de severo confinamiento que se vivió hasta junio de ese año y las medidas de control que le han seguido han generado un escenario caracterizado por el hundimiento de la actividad económica, el aumento del desempleo y de los expedientes temporales de regulación del mismo y por serias restricciones a la movilidad. En ese contexto, las dificultades económicas de la población y, en particular, para el pago de los alquileres y las hipotecas se han visto agravadas. Al mismo tiempo, algunos de los procesos que se venían registrando, como el incremento de la vivienda vacacional o de uso turístico en las ciudades se ha frenado bruscamente, al mismo tiempo que se iniciaban tímidos procesos de vuelta al alquiler residencial.
La respuesta institucional a la situación de crisis que ha generado la pandemia ha sido muy diferente a la que se dio en la crisis de 2008. En esta ocasión, la actuación política se ha caracterizado por la puesta en marcha de medidas sociales paliativas, entre las que se incluye la generalización de los expedientes de regulación temporal de empleo y la suspensión de lanzamientos y procesos de embargo. A ello se sumará la puesta en marcha de una política económica expansiva anticíclica que se materializará previsiblemente a partir de 2022 con la llegada de los fondos europeos Next Generation y la consolidación de un escenario más intervenido en el que se pretende activar el mercado de la vivienda vacía, penalizar fiscalmente la vivienda secundaria y ordenar la vivienda vacacional, aspectos que recogen una tendencia regulatoria que se inició con la Real Decreto-ley 7/2019, de 1 de marzo, de medidas urgentes en materia de vivienda y alquiler y en la continua consideración de las implicaciones ambientales del actual modelo productivo.
Si bien hay indicios de que la pandemia sanitaria ha agravado la situación de desigualdad social, ya que ha impactado especialmente en la población más vulnerable, no lo está tanto si tras ella se activará un escenario económico expansivo que permitirá una disminución real de la misma. No sabemos tampoco hasta cuando se mantendrán medidas paliativas como la moratoria en los desahucios y embargos, o la repercusión real que tendrá la actual tendencia a una mayor regulación y control de la vivienda, como parece apuntar la nueva ley de vivienda.
En este nuevo contexto socioeconómico de incremento de la desigualdad y de incertidumbre sobre el efecto de las nuevas políticas económicas y sociales planteamos este proyecto de investigación, centrado en reconocer y monitorizar las dinámicas que se van a producir en los próximos años en tres ciudades urbano-turísticas (Barcelona, Las Palmas de Gran Canaria y Palma), representativas de la situación actual en la medida en que han sido fuertemente impactadas por la crisis económica. En las tres ciudades se reconocen los procesos urbanos y las dinámicas de fragmentación urbana que se han mencionado a pesar de tener una jerarquía diferente en el sistema urbano español, por lo que a partir del estudio comparado de sus dinámicas se puede caracterizar las tendencias predominantes del sistema.
Precedentes científicos
La fragmentación es una categoría analítica referida a la organización espacial de la ciudad que parece ajustarse bien a los procesos y las estructuras urbanas actuales. Aunque el término es polisémico (Szupiany, 2018) y no está respaldado por un marco teórico demasiado amplio y desarrollado (Kozak, 2018), ha sido referido con una terminología diversa y usado como categoría de análisis en las últimas décadas (quartered city, layred city, rebundled city, ciudad fractal, etc.) (Marcuse, 1989; Soja, 2008). Todo ello apunta en que hay consenso en que, en los últimos años, está emergiendo un nuevo patrón de segregación con fragmentación urbana que explica la estructura de la ciudad actual, basado en la multiplicación de piezas separadas con permeabilidad limitada a pequeña escala y en la estructuración en torno a nodos a gran escala (Burgess, 2018).
A partir de las aportaciones llevadas a cabo en la década los noventa, la fragmentación urbana tiene al menos cuatro líneas de análisis principales: a) aquella que liga la fragmentación con procesos de desigualdad social y barreras materiales y/o inmateriales; b) la que la relaciona con la creación de espacios globalizados y no globalizados en la ciudad; c) la que la vincula con las peculiaridades de los sistemas sociotécnicos de la sociedad en red, y d) la que la relaciona con las discontinuidades en el proceso de expansión de la trama urbana.
Tras estos enfoques se sitúan explicaciones comunes que, desde la década de los noventa, generan dinámicas fragmentadoras: la metropolización y la difusión del sprawl urbano, la gentrificación, la generación de condominios cerrados, la globalización y el diferencial acceso a la tecnología (Prèvôt-Schapira y Cattaneo Pineda, 2008). De igual modo, cabe citar que, en muchos estudios, se mencionan los modelos de actuación de las instituciones públicas y los principios de la nueva gestión empresarial de los agentes económicos privados como causas fragmentadoras.
Presentaremos a continuación un mayor desarrollo sobre los cuatro enfoques de estudio de la fragmentación urbana, centrándonos especialmente en el primero, dada su más estrecha relación con los objetivos de este proyecto.
Fragmentación y desigualdad social
Desde sus inicios la fragmentación se ha relacionado con la segregación social y, por ende, con la pobreza y la vulnerabilidad. Por extensión, el concepto se vincula también con las desigualdades culturales y étnicas (Veiga, 2004). Estas desigualdades suelen reflejarse en el espacio urbano a través de la existencia de segregación urbana o residencial por razones de renta, nacionalidad, cultura, etnia, raza, modo de vida o religión, por lo que la segregación urbana alude a la desigualdad socioeconómica o de otra índole en la distribución de la población en la ciudad.
Frecuentemente, los términos segregación urbana y fragmentación urbana se utilizan como sinónimos, lo que no es terminológicamente correcto y ha llevado a esfuerzos teóricos desde diferentes puntos de vista (Kozak, 2018). La literatura académica ha enfatizado la importancia de los mercados del suelo y de los ingresos para explicar los patrones de segregación residencial. Sin embargo, no han sido exploradas sistemáticamente las consecuencias que tiene la fragmentación urbana para comprender la estructura y dinámica de la segregación residencial (Burgess, 2018). Asimismo, existen paralelismos entrefragmentación urbana, ciudad dual y división social del espacio (Duhau, 2013; Pérez Peñuelas, 2021).
La segregación urbana se vincula en ocasiones con la existencia de límites intraurbanos físicos o simbólicos o la presencia de una estructura compuesta por piezas dispersas y separadas que impiden la movilidad libre de la población. Cuando esto ocurre, la segregación residencial, que alude a la distribución o a las pautas de identificación territorial de determinados grupos, se transforma en fragmentación urbana.
Los primeros procesos que ejemplificaban este modelo de fragmentación se relacionaron con la creación segregada de espacios para la población vulnerable. Es el caso de los espacios de baja calidad residencial segregados que se producían al amparo de las políticas de vivienda o la de los asentamientos informales en los que, a sus características morfológicas, se sumaba pobreza, marginalidad e inseguridad. La fragmentación responde a una de sus causas esenciales en este caso, el modelo de intervención institucional. Estos procesos que han alcanzado su máxima dimensión en la ciudad latinoamericana (Sabatini, 2006; Usach y Freddo, 2016), también han estado presente en la conformación urbana de la ciudad española (Parreño Castellano y Moreno Medina, 2006).
Aunque otros espacios donde se concentran población de escasos recursos no se basen en estructuras fragmentadas físicamente, sí pueden manifestar una clara fragmentación simbólica que los conduce a la guetización o estigmatización. Es el caso de los barrios étnicos o de los espacios que aún estando en entornos accesibles padecen empobrecimiento, altos niveles de inseguridad o manifiestan una intensa dinámica de pérdida de valor en el mercado de la vivienda.
El incremento de las desigualdades, con la disminución cuantitativa de los colectivos que forman parte de la clase media en las últimas décadas, ha acarreado que los grupos favorecidos generen, cada vez más, estructuras urbanas fragmentadas, llegando en sociedades muy desiguales a convertirse las gated communities localizadas en espacios periféricos o centrales de la ciudad en una de las estructuras fragmentarias más disgregadoras de la ciudad actual. Algunos de los estudios que apuntan a estas dinámicas son los de Prèvôt-Schapira (2001), Borsdorf (2003), Borsdorf e Hidalgo (2010), Contreras, Castillo y Sánchez (2018), entre otros muchos. Janoschka (2002) llega a hablar de “ciudades islas” cuando se refiere a este fenómeno. La autosegregación de las clases altas es la fuerza más estructurante en la jerarquización de las desigualdades urbanas, como ha puesto de manifiesto Préteceille (2006) en el caso de París.
El hecho de que, en la sociedad postindustrial, la distancia física entre ricos y pobres se haya acortado como consecuencia de las políticas desindustrializadoras, la preeminencia financiera y de los nuevos servicios y el desarrollo del menial service sector, ha conducido a que la percepción de la inseguridad sea mayor y que la fragmentación física se vea incrementada por la securitaria (Burgess, 2009). La separación física por distancia espacial entre ricos y pobres en la ciudad industrial es, en ocasiones, reemplazada en la actual ciudad postindustrial por la existencia de fronteras internas, el despliegue de dispositivos privados de seguridad y distintas formas de fragmentación urbana como la ausencia de espacios compartidos que eviten el contacto entre la población más acomodada y la más empobrecida (Svampa, 2004). En este contexto, entre los distintos fragmentos urbanos se establecen relaciones de desconfianza, pero también de mutua dependencia (Elguezabal, 2015).
A este escenario se suma que las clases medias, por su parte, tienden a reproducir esquemas habitacionales en los que crece el espacio privado de uso comunitario en estructuras defensivas en detrimento del espacio público, lo que se manifiesta a través de la proliferación de la vigilancia privada o de determinadas tipologías arquitectónicas (Guzmán Ramírez y Hernández Sainz, 2013). Con ello, estos grupos intentan no perder su lugar en la estructura social emulando el estilo de vida de los más acomodados. Siguiendo a Blakely y Snyder (1997) en lo referente a urbanizaciones cerradas, los motivos que explicarían este modelo de organización espacial entre las clases medias son la proliferación de un estilo de vida, el prestigio social y la seguridad.
Además de por estas razones, la fragmentación urbana es una consecuencia de la economía de escala en las operaciones promotoras (Kozak, 2018). Los modelos de planificación urbana que se han impuesto en las últimas décadas y la existencia de determinados procesos, como las prácticas gentrificadoras o la especulación con el precio del suelo y la vivienda, producen en ocasiones dinámicas urbanas de empobrecimiento o tugurización. La relación entre turistización y fragmentación urbana parece ofrecer claras concomitancias, pero no es una cuestión que se haya explorado en profundidad. La gentrificación, en especial de las áreas centrales, y el desplazamiento poblacional asociado favorece la segregación y en cierta medida la fragmentación.
Por último, esta conceptualización de la fragmentación urbana tiene gran potencialidad a la hora de explicar, desde otros puntos de vista, la ciudad actual. Una de ellas es la relación que tiene con la justicia espacial. Mardiansjah y Rahayu (2019) lo han estudiado en el caso de los servicios educativos. Asimismo, de gran interés es el análisis de las respuestas populares de los colectivos desfavorecidos ante las consecuencias de la segregación (Kaztman, Filgueira y Errandonea, 2004).
Fragmentación y globalización
Una segunda línea de trabajo es aquella que relaciona la fragmentación urbana con la metropolización, en tanto que en las áreas metropolitanas coexiste una población cuyas relaciones están volcadas hacia el exterior con otra cuyo sistema de relaciones es esencialmente local (Kozak, 2011). Teniendo en cuenta el actual proceso de globalización, se considera que avanzamos hacia una realidad urbana cada vez más fragmentada en la que se contrapone la integración de los espacios globalizados con la exclusión de los no globalizados, resultando una fragmentación en función de la preponderancia o no de dinámicas globales.
No se trata de regiones y ciudades globales sino de la existencia de espacios dentro de la ciudad que responden a dinámicas globales frente a otros que parecen quedar al margen (Bridge y Watson, 2003). Castells (1995), en este sentido, distingue en la ciudad dual, el espacio de los flujos (espacios globalizados) y el espacio de los lugares (no globalizados). Esta concepción de la ciudad traduce la progresiva desarticulación entre lo global y lo local a escala urbana, desarticulación que podría paliarse con la actuación de las instituciones públicas y con la implantación de diferentes modelos de gobernanza.
Fragmentación y sistemas sociotécnicos
Esta conceptualización toma carta de naturaleza con la aportación de S. Graham y S. Marvin (2001) sobre el urbanismo astillado o Splintering urbanism. Graham y Marvin señalan que existen una serie de procesos en la sociedad posmoderna que desagregan las redes infraestructurales en pos de la personalización y que terminan incidiendo en potenciar la fragmentación social y material de las ciudades. Según esta argumentación, las prácticas urbanísticas favorecen este proceso. En la actual sociedad posindustrial y posmoderna prevalecen las redes diseñadas para facilitar la conexión y desconexión de determinados individuos y para ofrecer prestaciones personalizadas. En la ciudad red actual emergen redes que conectan selectivamente a los usuarios y espacios favorecidos, mientras que otros menos favorecidos parecen quedar al margen. Por tanto, según esta línea de análisis, la fragmentación urbana se interpreta como consecuencia de la aparición de la ciudad en red posmoderna.
Fragmentación y modelos de crecimiento urbano
La relación entre el modelo de crecimiento urbano, especialmente en el contexto de la metropolización, y de las políticas de vivienda con la generación de escenarios fragmentados, ha suscitado cierto interés en la comunidad académica. El análisis de la generalización de los modelos suburbanos se ha abordado desde una óptica morfológica y paisajística (Inostroza, Baur y Csaplovics, 2013), analizándose la repercusión de la planificación urbana (Escolano-Utrilla, López-Escolano y Pueyo-Campos, 2018) y su relación con la vulnerabilidad (Krellenberg, Welz, Link y Barth, 2017).
Más relacionado con este proyecto son los estudios que se han centrado en las políticas de viviendas como instrumento fundamental en la disminución de las desigualdades sociales y la fragmentación social (Van Kempen, Schutjens y Van Weesep, 2000; Margengo y Elorza, 2018; Zapata, 2018). En este sentido, cuando la intervención pública se acompaña de una intervención territorial desde los agentes institucionales, especialmente los de ámbito municipal (orientada a disminuir la segregación residencial por renta de la población), esta tiene claros efectos en la disminución de la fragmentación urbana. En este sentido, la insuficiente actuación en vivienda desarrollada por el Estado y las Comunidades Autónomas en los últimos años en España debe interpretarse como causa del incremento de la inseguridad residencial y también como factor de desigualdad en la distribución de la población.
El actual crecimiento del debate en torno a la vivienda, cuya máxima expresión es la nueva Ley de Vivienda proyectada, y una apuesta más decidida por favorecer la creación de un stock de vivienda pública, son medidas que podrían cambiar la situación en los próximos años y que merece un mayor estudio.
Por último, de manera complementaria a estos cuatro enfoques temáticos de fragmentación urbana, indicar como ésta también se ha estudiado en función de la escala en la que se produce. Según Link (2010) podemos reconocer fragmentación urbana a escala macro o a escala micro. La fragmentación macro corresponde a la desestructuración de la ciudad tradicional, que se produce a nivel social, simbólico y económico-productivo. Desde el punto de vista social y simbólico se ha clasificado el espacio urbano en al menos tres tipos: la ciudad abandonada del hipergueto (clase y etnia), la suburbana (edge city) y la lujosa (gated communities), separados por barreras sociales, económicas y físicas (Marcuse, 2004). Desde la óptica económica, la terciarización, la globalización, la deslocalización y las pautas de producción y consumo posfordista han llevado a la fragmentación urbana de la función productiva y de los espacios de consumo en función de la especialización. Por su parte, la fragmentación micro remite en los estudios realizados a los discursos en torno a la polarización social reflejada en el espacio asociada al capitalismo global (Di Virgilio, 2018). Para algunos autores sería sobre todo consecuencia de las diferencias sociales clásicas acentuadas por la mercantilización de la vivienda y el suelo, y se expresa mediante el desarrollo de las micro-fragmentaciones (Carreras y Carlos, 2006).
Este proyecto se centrará en las relaciones que el incremento de las desigualdades sociales y económicas tiene con el aumento de la segregación y la fragmentación urbana en el espacio urbano de Barcelona, Palma y Las Palmas de Gran Canaria, desde perspectivas macro y micro. Las dinámicas intraurbanas sólo pueden ser abordadas mediante enfoques cualitativos que complemente otros de naturaleza cuantitativa. En este caso, además de los enfoques cualitativos con más tradición, el estudio se abordará con metodologías comparativas, análisis longitudinales, estudios de micro-fragmentación y herramientas de ciencia ciudadana.