Desde sus inicios la fragmentación se ha relacionado con la segregación social y, por ende, con la pobreza y la vulnerabilidad. Por extensión, el concepto se vincula también con las desigualdades culturales y étnicas (Veiga, 2004). Estas desigualdades suelen reflejarse en el espacio urbano a través de la existencia de segregación urbana o residencial por razones de renta, nacionalidad, cultura, etnia, raza, modo de vida o religión, por lo que la segregación urbana alude a la desigualdad socioeconómica o de otra índole en la distribución de la población en la ciudad.
Frecuentemente, los términos segregación urbana y fragmentación urbana se utilizan como sinónimos, lo que no es terminológicamente correcto y ha llevado a esfuerzos teóricos desde diferentes puntos de vista (Kozak, 2018). La literatura académica ha enfatizado la importancia de los mercados del suelo y de los ingresos para explicar los patrones de segregación residencial. Sin embargo, no han sido exploradas sistemáticamente las consecuencias que tiene la fragmentación urbana para comprender la estructura y dinámica de la segregación residencial (Burgess, 2018). Asimismo, existen paralelismos entrefragmentación urbana, ciudad dual y división social del espacio (Duhau, 2013; Pérez Peñuelas, 2021).

La segregación urbana se vincula en ocasiones con la existencia de límites intraurbanos físicos o simbólicos o la presencia de una estructura compuesta por piezas dispersas y separadas que impiden la movilidad libre de la población. Cuando esto ocurre, la segregación residencial, que alude a la distribución o a las pautas de identificación territorial de determinados grupos, se transforma en fragmentación urbana.
Los primeros procesos que ejemplificaban este modelo de fragmentación se relacionaron con la creación segregada de espacios para la población vulnerable. Es el caso de los espacios de baja calidad residencial segregados que se producían al amparo de las políticas de vivienda o la de los asentamientos informales en los que, a sus características morfológicas, se sumaba pobreza, marginalidad e inseguridad. La fragmentación responde a una de sus causas esenciales en este caso, el modelo de intervención institucional. Estos procesos que han alcanzado su máxima dimensión en la ciudad latinoamericana (Sabatini, 2006; Usach y Freddo, 2016), también han estado presente en la conformación urbana de la ciudad española (Parreño Castellano y Moreno Medina, 2006).

Aunque otros espacios donde se concentran población de escasos recursos no se basen en estructuras fragmentadas físicamente, sí pueden manifestar una clara fragmentación simbólica que los conduce a la guetización o estigmatización. Es el caso de los barrios étnicos o de los espacios que aún estando en entornos accesibles padecen empobrecimiento, altos niveles de inseguridad o manifiestan una intensa dinámica de pérdida de valor en el mercado de la vivienda.

El incremento de las desigualdades, con la disminución cuantitativa de los colectivos que forman parte de la clase media en las últimas décadas, ha acarreado que los grupos favorecidos generen, cada vez más, estructuras urbanas fragmentadas, llegando en sociedades muy desiguales a convertirse las gated communities localizadas en espacios periféricos o centrales de la ciudad en una de las estructuras fragmentarias más disgregadoras de la ciudad actual. Algunos de los estudios que apuntan a estas dinámicas son los de Prèvôt-Schapira (2001), Borsdorf (2003), Borsdorf e Hidalgo (2010), Contreras, Castillo y Sánchez (2018), entre otros muchos. Janoschka (2002) llega a hablar de “ciudades islas” cuando se refiere a este fenómeno. La autosegregación de las clases altas es la fuerza más estructurante en la jerarquización de las desigualdades urbanas, como ha puesto de manifiesto Préteceille (2006) en el caso de París.

El hecho de que, en la sociedad postindustrial, la distancia física entre ricos y pobres se haya acortado como consecuencia de las políticas desindustrializadoras, la preeminencia financiera y de los nuevos servicios y el desarrollo del menial service sector, ha conducido a que la percepción de la inseguridad sea mayor y que la fragmentación física se vea incrementada por la securitaria (Burgess, 2009). La separación física por distancia espacial entre ricos y pobres en la ciudad industrial es, en ocasiones, reemplazada en la actual ciudad postindustrial por la existencia de fronteras internas, el despliegue de dispositivos privados de seguridad y distintas formas de fragmentación urbana como la ausencia de espacios compartidos que eviten el contacto entre la población más acomodada y la más empobrecida (Svampa, 2004). En este contexto, entre los distintos fragmentos urbanos se establecen relaciones de desconfianza, pero también de mutua dependencia (Elguezabal, 2015).
A este escenario se suma que las clases medias, por su parte, tienden a reproducir esquemas habitacionales en los que crece el espacio privado de uso comunitario en estructuras defensivas en detrimento del espacio público, lo que se manifiesta a través de la proliferación de la vigilancia privada o de determinadas tipologías arquitectónicas (Guzmán Ramírez y Hernández Sainz, 2013). Con ello, estos grupos intentan no perder su lugar en la estructura social emulando el estilo de vida de los más acomodados. Siguiendo a Blakely y Snyder (1997) en lo referente a urbanizaciones cerradas, los motivos que explicarían este modelo de organización espacial entre las clases medias son la proliferación de un estilo de vida, el prestigio social y la seguridad.

Además de por estas razones, la fragmentación urbana es una consecuencia de la economía de escala en las operaciones promotoras (Kozak, 2018). Los modelos de planificación urbana que se han impuesto en las últimas décadas y la existencia de determinados procesos, como las prácticas gentrificadoras o la especulación con el precio del suelo y la vivienda, producen en ocasiones dinámicas urbanas de empobrecimiento o tugurización. La relación entre turistización y fragmentación urbana parece ofrecer claras concomitancias, pero no es una cuestión que se haya explorado en profundidad. La gentrificación, en especial de las áreas centrales, y el desplazamiento poblacional asociado favorece la segregación y en cierta medida la fragmentación.

Por último, esta conceptualización de la fragmentación urbana tiene gran potencialidad a la hora de explicar, desde otros puntos de vista, la ciudad actual. Una de ellas es la relación que tiene con la justicia espacial. Mardiansjah y Rahayu (2019) lo han estudiado en el caso de los servicios educativos. Asimismo, de gran interés es el análisis de las respuestas populares de los colectivos desfavorecidos ante las consecuencias de la segregación (Kaztman, Filgueira y Errandonea, 2004).